lunes, 17 de marzo de 2014

Capítulo 2. Un regalo de Oniria

El mayordomo se queda parado, con el atizador en la mano. Mira en derredor, buscando una salida o, al menos, un escondite. Se dirige hacia la ventana, pero está demasiado alta como para plantearse siquiera saltar. Se escucha el ruido de la puerta al abrirse y, a la desesperada, Brine se lanza bajo la cama raudamente.
Se extiende por la habitación un olor a putrefacción que satura el olfato de Brine. Se ve, bajo los faldones de la cama, el dobladillo de una toga negra. Al no oír ninguna clase de pasos, el mayordomo se convence de que en verdad es Érebo quien se ha colado en su habitación. En ese momento, se da cuenta de que aún no ha soltado el atizador de la chimenea y lo agarra con más fuerza. Se dispone a salir de debajo de la cama cuando el lento deslizar del intruso se detiene justo en frente de donde el asustado espía se encuentra.
Brine se da cuenta de que se desplaza de nuevo, pero esta vez hacia la cama. Retrocede un poco, pero sus pies chocan con el cabecero. Cuando se está armando de valor para salir, el ser vuelve a detenerse. Más deprisa de lo que Brine cree posible, el ente se agacha y deja su cabeza apoyada en el suelo, entreviendo a Brine por el resquicio que queda entre los faldones de la cama y el suelo. Alza la tela e introduce su cabeza por el hueco. El olor se intensifica y está a punto de hacer vomitar a Brine, que a duras penas logra refrenarlo. El ser introduce una mano y la va acercando a su cabeza. Agarra la capucha y tira lentamente de ella hacia atrás. La visión que queda al descubierto provoca que un grito nazca en la garganta del mayordomo, pero muere antes de poder salir por su boca. El ser se retira de debajo de la cama y prosigue con su misteriosa labor, escudriñando todo lo que hay a su alrededor. El mayordomo no le molestará más por esa noche.

El mayordomo se siente flotando en la negrura de su inconsciencia. Recuerda cosas que creía olvidadas. Cosas que podrían ser vitales para desentrañar el misterio de la muerte de Claudia. Trata de permanecer en ese estado para conseguir más información, pero una fuerza mayor que su voluntad le arrastra de nuevo hacia el mundo real.

-Despierta, Brine. ¿Estás bien? –dice el Lorriend mientras abofetea ligeramente las mejillas del mayordomo.
-Sí, sí –responde el interpelado, confuso y desorientado-. ¿Qué ha pasado? Recuerdo meterme bajo la cama porque había alguien en la habitación.
-Ya lo creo que había alguien. O tal vez sería mejor decir algo, porque lo que fuera que se coló en esta habitación, no era humano –dice el detective mientras mira a su alrededor-.
Brine le imita y descubre que la habitación está patas arriba. Sillas volcadas, cojines y cortinas rasgados, cuadros rotos, libros tirados por el suelo y deshojados. Se levanta raudo cuando una sospecha cruza su mente. Atraviesa la habitación y empieza a buscar frenéticamente por los cajones del escritorio. Tras unos minutos, se dirige hacia las estanterías y empieza a buscar entre las hojas de los pocos libros que quedan. Todos le miran extrañados, pensando que ha perdido el juicio.
Con la mirada enfebrecida, el mayordomo se da la vuelta y, respirando agitadamente, comienza a buscar bajo la cama. Cuando se levanta sigue igual de alterado, pero ahora consigue controlarse lo suficiente como para articular:
-Se lo ha… llevado –afirma entre resuellos.
-¿El qué? ¿Qué se ha llevado?
-La carta de la señorita Guillard en la que me decía que hablara con usted.
-¿Por qué iba a arriesgarse tanto para conseguir una carta con tan solo un par de líneas escritas?
-Tú eres el detective, así que contesta tú.
-De acuerdo. Puede que no considerase esta intromisión como un riesgo real o bien que la carta sea más importante de lo que pensábamos. Puede que llevara algún mensaje oculto. Sinceramente, estoy sorprendido. Es la primera vez que no tengo ni idea de lo que ha ocurrido en la escena de un crimen. Es necesario que denunciemos esto a la policía. Ellos tienen más recursos que yo para averiguar quién es el que ha perpetrado el robo. Debemos ponernos de acuerdo para que nuestra versión concuerde. ¿Le parece bien que vayamos al salón a discutirlo? Allí al menos no nos congelaremos.
-Está bien. Pero déjeme antes recoger este destrozo.
-Deje que se ocupe el servicio.
Tras una breve discusión sobre si era apropiado que Brine, en su calidad de invitado, mantuviera en perfectas condiciones sus estancias, se dirigieron ambos hombres a la sala que ocuparan tras la cena de esa noche. Una vez aposentados allí, Lorriend descorcha una botella de vino y comienza la plática:
-La policía se va a extrañar de que usted haya sufrido dos percances tan notables en tan poco tiempo. Por eso, creo que es mejor que vaya yo solo y ponga la demanda y que finjamos que usted se iba a comenzar a hospedar aquí esta tarde. ¿Le parece bien?
-Totalmente de acuerdo. Pero ahora explíqueme, ¿qué ha pasado? ¿Cómo se han dado cuenta de lo que estaba ocurriendo?
-Realmente es muy sencillo. El ama de llaves se levantó para ir a las cocinas a por un vaso de agua y, al ver luz en su habitación, se extrañó por lo tardío de la hora. Cuando se asomó, vio una pierna asomando por debajo de la cama y, como es lógico, se asustó y gritó. Así consiguió que nos despertáramos todos y acudiéramos prontamente a ver qué había causado ese escándalo.
-Entiendo. Pero ¿cómo es que no oísteis el ruido que debió hacer Érebo, pues estoy seguro de que era él, cuando estaba desmantelando la habitación?
-Ese es otro misterio que probablemente quede sin respuesta.
Tras discutir unas cuantas menudencias más, Brine se despide y se dirige a los nuevos aposentos que le ha asignado el detective Dislarck. No son ni tan amplios ni tan lujosos como los que tenía antes, pero Brine se siente más cómodo sin estar rodeado de tanta opulencia.
Pensando en lo que le va a costar conciliar el sueño, el mayordomo se mete entre las sábanas y se queda mirando el techo hasta que, por segunda vez esa noche, la negrura invade su mente. Justo en ese momento, el reloj da la quinta campanada y es este ruido el que desencadena una serie de recuerdos en la mente de Brine que se presentan ante él como visiones oníricas.
Un campo verde se extiende en todas direcciones. Brine gira sobre sí mismo y, cuando se detiene mareado, echa a correr hacia lo que él considera el este. Corre varios minutos, hasta que se queda sin resuello y se detiene a descansar. Un límpido arroyo se materializa a su lado. Una vez saciada su sed, el mayordomo toma conciencia de que está en un sueño, muy vívido pero un sueño al fin y al cabo. Y con la seguridad que proporciona saber que nadie puede dañarte, se adentra en su subconsciente en busca de su más profundo yo.
Una habitación cálida aparece a su alrededor. A pesar de que no hay una sola fuente de luz, Brine puede ver perfectamente. Una mesa se materializa repentinamente. Brine se dirige hacia ella y ve que hay un libro cerrado en su superficie. Con cuidado, lo tantea y lo gira para que quede en la posición correcta frente a él.
Cavilando aún si lo abre o no, una espectral ráfaga de viento hace pasar las páginas a una velocidad de vértigo hasta que bruscamente paran. Entonces Brine puede ver que ese libro es en verdad el diario que tenía cuando era niño y en el que anotaba todo lo que le ocurría y lo que aprendía. Una nota en la parte superior de la página afirma que se trata de un texto que se escribió veinte años atrás.
Con curiosidad, Brine comienza la lectura: “hoy Madre me ha dicho que mi futuro es servir a la señorita Guillard. A mí no me importa, porque siempre me ha tratado muy bien. Madre también me ha dicho que mi deber va a ser protegerla, con mi vida si es necesario, pero que es poco probable que tenga que sacrificar tanto por la familia Guillard. Dice que cuando la oscuridad llegue y vea su cara de frente, empezaré a despertar y que solo entonces tendré las armas para recuperar a Claudia del territorio de la muerte. Me parece a mí que este es una metáfora, pero no alcanzo a comprenderla. A Madre siempre le ha gustado hablar con símiles, así que no me lo tomo muy en serio”.
Parando la lectura, Brine recuerda sus estudios de latín en el colegio. Érebo quiere decir oscuridad y cuando el ser se quitó la capucha, le vio la cara de frente. Entonces esta visión debe de ser su despertar. Ya no sabe qué puede esperar. No sabe si va a desarrollar habilidades especiales o no. Solo sabe que su deber es rescatar a Claudia y que, obviamente, debe haber alguna manera de conseguirlo.
Se oye por encima del temprano murmullo de la ciudad el cantar de un gallo. Brine se sienta en la cama y se despereza con ligereza. Se pone en pie de un salto y se calza sus zapatillas. Baja las escaleras de buen humor, agradeciendo la buena noche de descanso que ha pasado. Ha sido un regalo bien recibido, ya que no esperaba poder siquiera conciliar el sueño.
Lorriend le está esperando abajo en el comedor, leyendo un periódico que se interpone entre él y Brine, y que solo baja para llevarse la taza de café a los labios. Cuando finaliza el desayuno, Lorriend dice:
-Voy a ir ahora a la policía. Será mejor que esta mañana no aparezca usted por aquí, ya que vendrán a buscar huellas y pistas. Su habitación, sin embargo, la he tenido que limpiar para que no lo relacionen con el suceso.
-Está bien. Saldré a realizar unas gestiones. Será mejor que vaya a vestirme. Si me disculpa…
Lorriend ve cómo su nuevo compañero se aleja en dirección a las escaleras. Sacude la cabeza y piensa en los sucesos tan raros que están viviendo. Si se lo preguntaran, lo negaría pero para sí mismo admite que la noche anterior tuvo miedo. Miedo de que alguien se pudiera colar en su propiedad como si nada, miedo por su vida y por la de todos sus empleados y, por qué no admitirlo también, tuvo miedo por el hombre que ahora está subiendo las escaleras.
A pesar de su fortuna, o quizá debido a ella, Lorriend no cuenta con demasiados amigos pero los que tiene los valora y los cuida. Y quiere creer que Brine y él son amigos, quizá incluso algo más con el tiempo…
Sacudiendo la cabeza de nuevo, aleja de sí esos pensamientos más propios de adolescentes con la cabeza llena de pájaros que de hombres maduros y responsables. Se levanta de la silla y hace sonar una campanilla para llamar al servicio y que acuda a limpiar el comedor. Se dirige a la escalera que acaba de subir Brine pero, al llegar al pasillo de arriba, se encamina hacia el lado contrario al que ha tomado su invitado.
Cuando llega a su alcoba, la más grande y lujosa de toda la casa, se desviste con parsimonia y se dirige hacia su vestidor para elegir un traje apropiado para ir a comisaría. Tras descartar unos cuantos por ser o bien demasiado opulentos o bien demasiado informales, se viste con un traje sencillo de dos piezas. Escoge un pañuelo que combine apropiadamente con el traje y se encamina hacia el recibidor. Allí se vuelve a cruzar con Brine, que le esquiva la mirada. Sonriendo, el detective coge un bastón del paragüero que está junto a la puerta y se encamina al exterior.
La luz solar golpea su rostro aún sonriente, dejándole momentáneamente deslumbrado. Cuando su vista se acostumbra a la cantidad de luz, se aleja caminando con paso tranquilo hacia la comisaría. Nadie diría que va a poner una denuncia por un robo perpetrado en su casa. Más bien parece que esté dando un paseo matinal para despejar la mente y estirar las piernas.
Cuando gira una esquina, se encuentra de frente con su amigo el capitán Gaminié.
-Buenos días, capitán.
-Buenos días. ¿A dónde va usted tan temprano?
-A la comisaría, a poner una denuncia. Anoche robaron en mi casa.
-¿En su casa? ¿Cómo es posible?
-No tengo ni idea. Por eso acudo a la policía. ¿Y usted, a dónde va?
-Yo también me dirijo a la comisaría. Si quiere, vamos juntos y, cuando lleguemos, agilizaré el proceso de la denuncia.
-Se lo agradezco mucho.
-Es un placer. Además, no me cuesta nada ayudarle, y mucho menos con un problema tan grave como es el suyo.
-Se lo agradezco mucho, de verdad.
Juntos, detective y capitán se encaminan hacia la comisaría, que queda ya cerca. Por el camino, el capitán comenta cosas que él considera sin importancia:
-Ayer vino a la comisaría un mayordomo a denunciar la desaparición de su señora. Era su vecina, la señorita Guillard. Pues bien, el caso es que fuimos a su casa y nos encontramos en mitad de la sala de estar un enorme charco de sangre y por todas partes pisadas y huellas que, casualmente coinciden con las del mayordomo. Todos coincidieron en que el mayordomo era culpable, pero hasta ahora hemos sido incapaces de encontrarlo. ¿Usted sabe algo? Lo digo porque es vecino suyo y quizá haya observado alguna conducta extraña.
-No, la verdad es que no he notado nada. Pero estaré atento, por si veo algo.
-Se lo agradezco en nombre del departamento de policía. Bueno, ya estamos aquí. Procedamos con la denuncia –dice mientras entran por las puertas de la comisaría.

Una hora más tarde, Lorriend sale de allí con dos guardias siguiéndole para ir en busca de pruebas a su casa. Si hubieran prestado atención, se habrían dado cuenta de que un ser pálido y extraño, vestido enteramente de negro, les seguía a cierta distancia, vigilando constantemente sus movimientos.

3 comentarios:

  1. Casi me da un yuyu cuando apareció Érebo en la habitación del mayordomo...

    Jo, me está gustando muchísimo esta historia, este misterio en torno a la muerte de Claudia me hace pensar, y eso me encanta.

    Como te he dicho en otro capítulo, espero que sigas con la historia. Yo le veo muy buena pinta, y además que engancha bastante al lector.

    Un besazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es un placer para mí escribir esta historia. Mi intención es continuarla, sí y espero, además, que ahora pueda empezar a subir capítulos con más frecuencia. De todas formas, si tienes alguna sugerencia para la historia o para algún personaje, no dudes en comunicarla.
      Otro beso para ti :)

      Eliminar
    2. Pues me parece genial que puedas subir los capis con mas frecuencia. Los personajes me parecen perfectos, no creo que debas cambiarlos. Pero si lo haces, que sea de tu agrado, que a mí seguro que me encantará.

      Un besazo!

      Eliminar